
Un informe periodístico revela el dramático consumo de drogas sintéticas en las fiestas de jovénes « Diario La Capital de Mar del Plata
Un informe periodístico publicado por la periodista María Nöllmann en el diario La Nación revela el dramático vínculo entre las fiestas de música electrónica y el consumo de drogas sintéticas.
La nota hace un recorrido por este tipo de eventos en el que el éxtasis suele ser una moneda corriente. En Mar del Plata, las fiestas de música electrónica son furor durante la temporada y suelen generar polémica.
A continuación, el informe completo:
En la pista no hay rondas de amigos ni parejas bailando pegadas. No hay amontonamientos para pedir un trago en la barra y nadie se abre camino a la fuerza en dirección al baño. En las fiestas de música electrónica existe un código común: no molestar el “viaje” del otro. Por eso se cuida el espacio personal, un especie de cuadrante imaginario dentro del que cada uno se mueve solo, de frente al DJ o con la mirada perdida en los rayos láser que dispara la cabina. En estas salidas, el consumo de drogas sintéticas es la norma.
Una convocante fiesta electrónica en Chacarita atrae a los más jóvenes, pero llegan también personas de 40 años y más. Hay habitués y novatos. Mientras algunos exhiben gargantillas de púas, otros llevan remera y jeans. Lo que sí comparten es el halo de anonimato garantizado por los anteojos de sol. Es el accesorio clave para protegerse de la sensibilidad a la luz que produce el éxtasis.
Esta droga no es nueva, pero se reversiona constantemente, de la mano de la creciente movida techno en la Argentina y el mundo. La “jodita”, que en la jerga es la experiencia completa de consumir drogas sintéticas en fiestas electrónicas, reúne especialmente a chicos de estratos socioeconómicos medios y altos, que pueden pagar más de $80.000 en una noche. La franja etaria de los que eligen este tipo de salida es amplia, pero la iniciación suele ser durante la adolescencia, una etapa especialmente observada en los últimos años por la ola de trastornos de salud mental que irrumpió entre los más jóvenes.
El consumo de drogas de diseño, sustancias psicoactivas sintetizadas a partir de productos químicos desechados por la industria farmacéutica, muestra un crecimiento sostenido de acuerdo a la información aportada por especialistas. Y es más que una moda: investigadores plantean que es una expresión de época, el síntoma de una sociedad en cambio permanente, con individuos en la búsqueda de identidades que necesitan nuevas experiencias como motores.
En primera persona
“La verdad, estoy nerviosa, no tengo idea cómo me va a pegar”, dice Martina mientras hace la fila con amigos para entrar a un boliche de Palermo. Será la primera vez que consume una droga de diseño. “No es que me guste mucho la música electrónica, pero es una salida que tengo pendiente, como ir a la cancha. Una experiencia distinta”, explica.
La previa le resultó extraña porque no había alcohol. “Fue rarísimo. Estaba con mis dos amigos, que son los que conocen de joda, sentados en la casa de uno, tomando agua y mirándonos las caras”, cuenta, y se ríe. Tristán, uno de los chicos, lleva en un bolsillo de su pantalón ancho un cartón (LSD) y en el otro guarda caramelos y chupetines por si necesita bajar el efecto de la droga con un shock de azúcar. “También sirven para disimular el mandibuleo”, dice.
Él ya le contó a Martina de qué manera se va a desarrollar la noche: que va a tomar la pastilla al entrar al boliche, que si en algún momento le agarra “el bajón” debe consumir un poco más. Y que tal vez pasado mañana se sienta “un poco depre” como “sin sentimientos” o experimente una especie de “vacío”, pero que después se le va a pasar.
Un estudio reciente de Sedronar, publicado en 2024, indagó sobre la incidencia de drogas en la población universitaria, con un total de 63.324 alumnos entrevistados. Un 20,8% de los encuestados respondieron haber consumido cocaína, éxtasis o alucinógenos sintéticos al menos una vez en su vida.
Los grandes festivales internacionales que este año copan la agenda, como Creamfields, ya habían tenido preponderancia durante los años 2000, cuando la música electrónica, que surgió en los 90 en Europa y en la costa oeste de Estados Unidos, se instaló en nuestro país.
Luego de la tragedia de 2016 en la fiesta de Time Warp, donde cinco personas murieron y decenas resultaron heridas tras consumir drogas de diseño, los festivales techno desaparecieron prácticamente de la movida joven. Hoy el circuito se reinstala, con el agregado de que los boliches reservan sus mejores noches para recibir a DJ de música techno nacionales e internacionales: estadounidenses, alemanes y siberianos, entre otros.
Tanto los festivales como las fiestas atraen a un público fiel -los amantes de la electrónica o alguno de sus subgéneros- y a montones de chicos que encuentran el ámbito propicio para experimentar con drogas sintéticas, principalmente éxtasis (MDMA), la llamada “pasti” (MDMA cortada con metanfetaminas), ketamina y ácido (LSD), por citar las más frecuentes.
“Cada época tiene sus drogas. Hoy estamos en una época de multidroga”, destaca la psiquiatra y neuróloga cognitiva Marcela Waisman, presidenta de la sección Adicciones de la Asociación Argentina de Psiquiatría. “Las drogas sintéticas son creadas en laboratorios. Algunas imitan los efectos de alguna sustancia ya conocida o buscan producir efectos nuevos. Básicamente, potencian lo que el mercado está buscando”, señala.
Lo que los chicos quieren explorar, dice la especialista, son experiencias distintas que les permitan además cambiar rápidamente de estado de anímico: “Buscan lograr la euforia, la sedación o a veces la confusión. Una misma sustancia, en distintos momentos de la noche, te puede producir las tres cosas”, agrega.
El ingreso a este universo suele coincidir con la transición hacia la adultez, por eso los expertos miran con preocupación a los adolescentes. Waisman señala que en esos años “se cocina el trastorno de dependencia de sustancias”.
Especialistas en adolescentes observan el fenómeno en sus consultorios desde edades tempranas. “En pacientes de niveles sociales altos, lo empezás a ver a los 16 años, es impresionante. Pero el consumo general es más instalado a partir de los 20”, describe la psiquiatra Juana Poulisis.
“Hace pocos días tuve que contraindicar la ida a una fiesta, que era ‘la fiesta’ a la que todos querían ir”, relata Poulisis, que se especializa en trastornos de la alimentación. Su indicación terapéutica para dos pacientes fue que no asistan, aunque le prometían que no iban a consumir. No fueron, pero más tarde le confesaron que tenían previsto tomar drogas.
Una salida de alto presupuesto
Así como Martina, muchos de los que van “de jodita” por primera vez o los que lo hacen de vez en cuando, planifican la salida con tiempo, incluso varias semanas antes. No solo por lo que implica a nivel organización -conseguir las entradas, comprar la droga, coordinar con amigos-, sino por el alto costo que implica el combo completo.
Solo la entrada se puede estimar en $35.000. Una “pasti” sale aproximadamente $20.000, mientras que el éxtasis en polvo, la droga sintética más consumida en la Argentina, cuesta $39.000 por unidad. También hay que calcular el agua para cuando llega el ataque de sed que provoca el éxtasis -$6000 la botella dentro del boliche- y $7000 la lata o porrón de cerveza sin alcohol, otro de los productos que salieron ganadores ante el aumento de la movida techno.
Justamente por sus altos valores, es considerado por investigadores como un fenómeno de clases acomodadas. La mayoría de los dealers trabajan a domicilio, llevando las sustancias a las casas o departamentos de sus clientes.
También es frecuente que muchos consigan “pasti” o MD dentro de la fiesta. “Generalmente cerca de la cabina del DJ o a un costado de la pista ves a un muñeco paradito, y ya por la postura sabés que está vendiendo”, cuenta Tomás, de Colegiales. Tras una mala experiencia, él y sus amigos decidieron no volver a comprar en el boliche. “Una vez me dieron algo terrible, una pasti cortada andá a saber con qué. Estuve dos días sintiéndome muy mal”, afirma.
Paula es una diseñadora gráfica que ya transitó las noches sin dormir de la adolescencia. Pero el fenómeno se extiende más allá de los 20 años. “La primera vez que fui a una jodita fue un día que estaba muy triste. Unos amigos, que son de este palo, me convencieron de salir con ellos. Me divertí muchísimo. El efecto es casi instantáneo: no te duele nada, sentís que todo está bárbaro. Por unas horas, obviamente”, relata desde un piso que balconea a la pista, donde los jóvenes que bailan parecen puntos negros en medio de un humo rojo intenso.
El corazón de la experiencia
En el efecto de bienestar que muchos de los chicos definen como “una experiencia que hay que vivir”, sociólogos y psicólogos encuentran mucho más que eso. Afirman que el éxito de esta movida se alimenta de un sentimiento de época.
“Se da una situación de doble faz, que es el corazón de la experiencia. Por un lado, externamente, lo que se ve es que cada uno está en la suya, en su ‘mambo’. Pero si les preguntás a ellos, dicen que no es así, que en realidad se sienten ‘muy conectados entre todos’. Hay una conexión sensorial y del orden de la sensibilidad donde, a su manera, están todos juntos. En esto la droga juega un papel importante”, afirma el doctor en sociología José María Casco, docente de posgrado de la Universidad de San Martín. Se trata del “efecto empatógeno” que provocan el éxtasis y otras drogas sintéticas.
“Uno podría encontrar un correlato entre este movimiento y el LSD de los 60, el flower power, porque ahí también estaba presente esta idea de ‘vamos a vivir una experiencia, vamos a conectarnos con el centro del mundo, con nosotros mismos y, a partir de eso, con el otro’”, indica el experto.
El grado de liberación es tal que hay quienes llegan a cambiarse de ropa adentro del boliche: una vez pasada la puerta, tanto chicas como chicos se pueden dirigir al baño y salir con un vestuario menos discreto, desde bikinis con botas altas hasta chalecos de brillos con escotes amplísimos. Por la alta exposición, muchos locales prohíben las fotos. En algunos casos, incluso, antes de que los asistentes ingresen, les colocan stickers tapando las cámaras de sus celulares.
“Hay mucho coqueteo con la idea de ‘acá nadie me mira’. Los chicos hablan mucho de la libertad, de no sentirse juzgados, esa idea de ‘acá somos todos iguales y está todo bien’. Por eso suele ser un lugar de mucha diversidad sexual”, señala Casco.
“Acá podés estar relajado, bailás tranquilo. Nadie te mira mal. En los boliches donde pasan música tipo cachengue, si te vestís un poco distinto, ya te miran raro”, dice Juan, un estudiante de psicología de Lanús, de 25 años.
En los grandes festivales, que pueden organizarse en la provincia de Buenos Aires, en CABA u otras grandes ciudades como Mar del Plata o Rosario, el valor de la experiencia es mayor al de la música. “Para algunos, puede ser un plan tranqui de finde. Para otros, es la entrada a una joda de 24 horas o más. De esta fiesta, que termina a las 12, muchos se van a los boliches de Costanera y de ahí a un after en alguna casa particular. Ahí todo se pone más oscuro. Yo he vuelto a las 11 de la mañana, pero hay algunos que vuelven a las 16”, cuenta Lautaro, que se trasladó desde La Plata a Buenos Aires para participar del festival de un exitoso DJ. Admite que tuvo buenas y malas experiencias, tanto en la noche de La Plata como de otros lugares.
Se suma Felipe a la charla, un residente de medicina que sabe de los riesgos que pueden encontrar en las largas noches “de jodita”. “Hay fiestas, como esta, que están muy preparadas: te dejan recargar tu botella de agua gratis, incluso tienen stands para que te chequeen si tu droga es de buena calidad. Pero hay otras que son un desastre, que hasta te cortan el agua de las canillas para que compres más botellas y recaudar más guita”, asegura.
Tanto en el ámbito porteño como en el de la provincia de Buenos Aires, los gobiernos realizan operativos especiales antidrogas cuando hay grandes fiestas o festivales musicales. En CABA, señalan que los controles se realizan de manera aleatoria y que utilizan perros detectores. “Las drogas son secuestradas y luego destruidas y las personas son puestas a disposición de la justicia contravencional”, afirman las fuentes consultadas.
“Falta de sentimientos”: el bajón del día 2
“Al otro día me pega muy tranqui. Pero a la noche siguiente y al segundo día tengo como una falta de sentimientos -sigue Felipe-. No me siento bien ni me siento mal: es como que no me está pasando absolutamente nada en ese momento”. Algunos de sus amigos experimentan “una mini depre”. Otros, en cambio, no registran efectos.
El bajón tiene una explicación médica: es un agotamiento de la dopamina y la serotonina en el cuerpo tras un exceso de liberación provocado por la sustancia consumida. “Es como pedir un préstamo al propio cerebro. Los neurotransmisores hicieron una liberación masiva, y luego no hay supermercado para ir a comprar. Se agota el circuito”, grafica Waisman. La experta aboga por la consulta médica temprana en casos de síntomas como dificultad para dormir, alimentarse o mantener rutinas diarias, los primeros signos del trastorno a la dependencia de sustancias.
En una terraza de un boliche de Palermo, Felipe saca de su bolsillo una “pasti” verde, muerde solo un pedazo y la vuelve a guardar. Es la segunda vez que lo hace. Tiene que durar toda la noche, dice. Se refiere a la pastilla, pero también a su efecto. “Si te agarra el bajón en la mitad de la noche, es terrible. Tenés que ir administrándola bien, un pedacito cada dos horas, por ejemplo”, cuenta.
Sabe que, tarde o temprano, cuando la pastilla se acabe, el bajón de energía va a llegar. Pero prefiere que suceda mañana. Ahora, solo quiere disfrutar.