
La inflación y la salida de divisas, preocupaciones del relato libertario
El complejo cuadro económico, sumado a la preocupación del gobierno por imponer su relato comunicacional, provocó que los informes técnicos elaborados por organismos oficiales fueran puestos en tela de juicio. En el medio del fuego cruzado quedaron los números del Indec y del Banco Central sobre la inflación y al mercado cambiario.
En el primero de ellos, lo que volvió a quedar bajo la lupa fue la elaboración del índice de precios al consumidor (IPC), un tema siempre sensible para la gente. En los últimos meses, los supuestos logros en la materia fueron celebrados por el gobierno y sus voceros, que sueñan con que el resultado de mayo, que se difundirá a fines de la semana próxima, haya perforado la barrera del 2 por ciento.
Sin embargo, un relevamiento mensual que realiza el Centro de Investigación en Finanzas de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), que Tiempo publicó la semana pasada, muestra que el grueso de la gente descree de las cifras oficiales. Ante la pregunta puntual “¿Alrededor de qué porcentaje espera usted que, en promedio, suban los precios?”, el promedio de las respuestas para mayo fue de 4,2%, el doble de lo que estima el grueso de las consultoras. El dato, alejado de los estudios de la mayoría de los centros especializados, refleja la “sensación térmica” de la población.
Quizás por eso, el titular del Indec, Marco Lavagna, poco afecto a la red social X, tuiteó que “muchas veces se ponen en duda las estadísticas simplemente porque no gusta lo que dicen. Negarlas no cambia la realidad: solo dificulta entenderla y transformarla. En el INDEC trabajamos con rigor técnico y transparencia para que la sociedad decida con evidencia, sin prejuicios”.

El reproche que se le hace al Indec tiene algún basamento estadístico y también político. El organismo mide la inflación con una canasta de consumo derivada de la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (ENGHo) realizada en 2004-2005, hace ya dos décadas. Como tal, refleja decisiones de compra desactualizadas que no tienen que ver con los gustos y hábitos actuales. En el organismo dicen que ya armaron un nuevo índice de precios en base a una ENGHo mucho más nueva, del año 2018, pero todavía no tienen el visto bueno de la Casa Rosada para utilizarlo. Según académicos independientes, la mayor preponderancia de los servicios (cuyos precios aumentaron fuerte en el último año y medio) haría que el nuevo IPC refleje una inflación mucho más alta que el que se usa hasta ahora, lo que dañaría el relato oficial.
El Banco Central también
Bajo la lupa también quedó el Banco Central, luego de que el balance cambiario del mes de abril mostrara un fuerte déficit de cuenta corriente (la que mide la importación y exportación de bienes y servicios). El resultado negativo de U$S 636 millones es acorde con un dólar barato que provocó un “boom” de compras y viajes al exterior, como ya sucedió en épocas del “uno a uno” y de la “plata dulce”.
Quizás tocado en su amor propio porque el saldo negativo del turismo local es apabullante (en abril salieron del país 881 mil personas, el doble de las 418 mil que entraron, según el Indec), el secretario del área, Daniel Scioli, anunció que habrá cambios en la manera de medir el costo en divisas de ese fenómeno. “Estamos trabajando con el Banco Central para diferenciar los números del MULC (Mercado Único y Libre de Cambios) sobre lo que son realmente los gastos en turismo. La inclusión de otros conceptos como el e-commerce o suscripciones a plataformas digitales (Amazon, Netflix, Spotify, etc.) en el cómputo, distorsiona la información real del impacto económico del sector”, anticipó el funcionario reconvertido en libertario.
Voceros del Banco Central dijeron que accedieron al pedido de Scioli y que desde julio se realizará una apertura al interior de esa cuenta para diferenciar cada uno de esos ítems. El resultado servirá para saber si el ex motonauta logra traer más turistas a la Argentina, lo que demostraría la utilidad de su tarea, o si lo que se busca es disimular el costo de mantener un dólar artificialmente bajo, lo que equivaldría a tapar el sol con la mano.